Desde que despierta por la mañana, nuestro hijo no ofrece la mejor de las sonrisas. Tras ella, suponemos, se esconde un crecimiento sano y equilibrado en todos los aspectos.
Los llantos, cada vez mas escasos, son reclamos coherentes y claros. Cuando tiene hambre, sueño, necesita que le cambien el pañal o jugar, unas pequeñas "lágrimas de cocodrilo" sirven para hacerse entender.
Ahora también agita ya los brazos y cierra y abre las manos, para reclamar nuestra atención.
Pero su sonrisa es una bendición. Además de asegurarnos que está bien, nos contagia y hace que cualquier momento de cansancio, pase al olvido.
Es cierto que cada día su fuerza y vigor nos puede más.
A partir de ahora la jornada, entre las siete de la mañana y las diez de la noche, se nos hace más cuesta arriba.
Y ésto no es más que el comienzo de una nueva etapa.
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